
Este “sindicato” no defiende, devora. Es un fantasma sin cara que cobra cuotas como impuesto mafioso mientras la base trabajadora se desangra en la miseria. Obreros furiosos lo declaran ilegítimo: un tumor nepotista que actúa contra sus intereses, liderado por un clan de vividores que convierten la representación en botín personal. ¿Sindicalismo? Una estafa descarada. ¿Liderazgo? Un circo de familiares enriquecidos a costa del sudor ajeno.
El estallido cuando con testimonios recolectados por este medio pintan un panorama atroz: el sindicato recauda 2.8 millones de pesos anuales en cuotas un 3 % de cada salario– sin jamás aparecer para pelear por un aumento, un bono o un casco que no esté roto. “Nos roban y se esfuman. Ni una reunión”, acusa un trabajador, cuya identidad ocultamos. Esta desconexión es deliberada: COREMEX opera como un ente foráneo que negocia con la empresa a espaldas de la base, entregando contratos raquíticos a cambio de “comisiones” ocultas.
Denuncias con pruebas –actas, recibos, fotos– revelan el festín nepotista: su sobrino maneja la tesorería con sueldo de 70 mil pesos mensuales; su cuñada dirige la “comisión de seguridad” desde un escritorio en Metepec, sin pisar la fábrica; un primo político audita cuentas que huelen a lavado. “Es un negocio de sangre que se reparte el pastel mientras nosotros comemos migajas”, denuncia una ensambladora con 16 años de antigüedad, que ha visto cómo los fondos sindicales financian yates y departamentos en lugar de uniformes o clínicas. Esta codicia ciega empujó a COREMEX a irrumpir en la industria automotriz sin experiencia, saltando de talleres textiles a plantas de alta precisión solo por el aroma de contratos millonarios. Fracaso rotundo: los trabajadores terminan con salarios congelados y riesgos mortales.
El hedor criminal completa el cuadro. La FGJEM incluye a COREMEX en una red de 15 sindicatos fantasma que alimentan a 30 células delictivas en el Edomex con extorsiones disfrazadas de “cuotas de protección”. El método es brutal: presión a dueños, amenazas a disidentes y paros orquestados que paralizan la producción. “No es un sindicato, es una banda con estatutos”, afirma un fiscal que rastrea transferencias a cuentas offshore. Ramírez, ese líder blindado que colecciona impunidad, es el cerebro: negocia traiciones mientras la base se pudre en turnos inhumanos sin compensación.
Bajo el rugido ensordecedor de las máquinas, la rabia fermenta. COREMEX no es un sindicato: es una plaga que gangrena la esperanza obrera. Hay que fumigarlo antes de que mate al paciente.






