La historia parece repetirse en un ciclo perverso. Hace más de 500 años, los extranjeros llegaron a nuestras tierras para explotar sus riquezas y someter a sus habitantes bajo el yugo de la colonización. Hoy, aunque con nuevas herramientas y estrategias, la gentrificación se erige como el nuevo rostro de este fenómeno, desplazando nuevamente a los mexicanos y relegándolos a un papel secundario en su propia tierra.
La gentrificación, definida como el proceso en el que barrios populares son transformados para atraer a habitantes de mayor poder adquisitivo, está teniendo efectos devastadores en ciudades como la Ciudad de México, Tulum, Oaxaca y Guadalajara. Aunque este fenómeno no es exclusivo de nuestro país, su impacto aquí tiene características particulares que lo convierten en una nueva forma de colonización moderna.
Un México para los extranjeros
Los barrios tradicionales que alguna vez fueron el alma de nuestras ciudades, con sus mercados, vecindades y tradiciones, están siendo transformados en zonas “trendy” diseñadas para turistas y residentes extranjeros. La llegada masiva de nómadas digitales y extranjeros con alto poder adquisitivo está encareciendo los alquileres, expulsando a las familias mexicanas que han vivido allí por generaciones.
Además, muchas de estas personas se establecen en el país de manera ilegal, aprovechándose de la falta de regulación migratoria en México. A diferencia de sus países de origen, donde la entrada y permanencia están estrictamente controladas, aquí no se les exige documentación o permisos laborales con la misma severidad. Familias enteras llegan y se asientan sin restricciones, desplazando a comunidades locales que no pueden competir económicamente con quienes traen ingresos en dólares o euros.
En colonias como la Roma y la Condesa en la Ciudad de México, los locales comerciales de toda la vida están cerrando para dar paso a cafeterías “artesanales”, galerías y restaurantes que se dirigen a un público extranjero. Estas transformaciones no solo afectan la economía local, sino que borran paulatinamente la identidad cultural de los barrios.
¿Quiénes ganan y quiénes pierden?
Este modelo de desarrollo beneficia a una minoría privilegiada: los grandes desarrolladores inmobiliarios, las plataformas de renta como Airbnb y, por supuesto, los nuevos residentes extranjeros. Mientras tanto, los mexicanos quedan relegados, ya sea como empleados mal pagados en estos nuevos negocios o como desplazados obligados a buscar hogar en zonas más alejadas y menos accesibles.
Además, este fenómeno perpetúa dinámicas de desigualdad y colonialismo. Los extranjeros, con sus dólares y euros, imponen sus estándares de vida en comunidades que no pueden competir económicamente. Para ellos, vivir en México es barato, pero para los mexicanos que ganan en pesos, los costos de vida se disparan.
Dejar de idealizar al extranjero
Es momento de cambiar nuestra mentalidad y dejar de idealizar a los extranjeros. Durante años, nos han enseñado a ver a los visitantes extranjeros como sinónimo de progreso o modernidad, pero esa percepción nos está costando demasiado. No podemos seguir bajando la cabeza cada vez que uno de ellos abusa de nuestra hospitalidad o se pasa de listo en nuestra tierra.
Los mexicanos tenemos que levantar la voz y exigir respeto. Si no defendemos nuestros barrios, nuestras tradiciones y nuestros derechos, ellos seguirán viendo a México como un destino turístico barato, un lugar donde pueden hacer y deshacer a su antojo, mientras nuestras comunidades pagan el precio.
Con Trump, llegarán aún más extranjeros
Con la llegada de Trump y el endurecimiento de las políticas migratorias en Estados Unidos, es probable que más extranjeros vean en México un refugio económico y cultural. Mientras muchos llegan buscando escapar de la hostilidad en sus países, otros traen consigo dinámicas que perpetúan la desigualdad y el abuso. Ahora más que nunca, debemos estar preparados para proteger lo que es nuestro y exigir que las leyes migratorias mexicanas sean respetadas y aplicadas con rigor.
¿Qué podemos hacer?
La resistencia ante esta nueva colonización debe venir de nosotros mismos. Es crucial que defendamos nuestras comunidades, exijamos políticas públicas que prioricen a los habitantes locales y dejemos de permitir abusos. No podemos seguir aceptando que nos desplacen de nuestras propias tierras.
Es imperativo que el gobierno mexicano adopte medidas más estrictas para regular la entrada y permanencia de extranjeros, asegurándose de que respeten las leyes y no se aprovechen de las laxas políticas actuales. Si en sus países de origen exigen documentación rigurosa a los migrantes, ¿por qué en México no hacemos lo mismo?
México no es solo un lugar para vacacionar; es el hogar de millones de personas que merecen respeto y dignidad. Levantemos la voz y defendamos nuestra identidad. Porque si seguimos cediendo terreno, corremos el riesgo de convertirnos, una vez más, en extranjeros en nuestra propia tierra.